viernes, 1 de agosto de 2008

Mentes de Hombres Oh¡¡¡¡

Desapegados

El tiempo humano puede ser escaso como una milésima de segundo y amplio como una era astrológica de miles de años, pero la percepción individual del tiempo es bastante más discreta.
La mayoría de los procesos biológicos tienen un fin predecible y una duración perentoria. Un embarazo prolongado más allá de cuarenta semanas deberá interrumpirse para salvar a la guagua y al contrario, signos de parto anticipado deben detenerse hasta el término del embarazo. Pubertades precoces, adolescencias tardías o enfermedades crónicas se pagan demasiado caro.
La naturaleza fracciona el tiempo en lapsos exactos y recursivos: días, noches, invierno verano, amaneceres, solsticios. Todos regulados por ese reloj automático y certero llamado sol y aunque no tengamos ninguna participación seguimos pensando que controlamos todo.
En las relaciones interpersonales, las etapas pueden ser de duración variable. Algunas con finales programados y otras interrumpidas involuntariamente.
¿Cómo saber cuando una etapa ha finalizado y no seguir insistiendo majaderamente en continuarla?
Algunos indicadores de término son: el desgaste, el aburrimiento, la saturación o la inercia, pero a la inversa, la resistencia al cambio o el apego a todo aquello que consideramos indispensable y perdurable nos lleva a aferrarnos con dientes y uñas a todo lo que nos rodea. Nos apegamos a lo material, a los afectos, a los lugares conocidos, a las destrezas laborales, a la seguridad, al barrio, al auto, a ser como siempre hemos sido, a fin de cuentas a la vida entera.
Todo acto, situación o proceso humano lleva una fecha de duración impresa en alguna parte, como la fecha de vencimiento de un yogur, pero hay que saber descubrirla.
Yo les recomiendo que cada cierto tiempo nos detengamos a reflexionar acerca del grado de apego que hemos cultivado con todo aquello que nos importa. Espacios físicos, trabajo, prestigio, amores, dinero y para que seguir.
Alguien me decía el otro día que la felicidad sólo se logra cultivando el desapego y perdiéndole el miedo a la muerte. Aprendámoslo antes que se nos haga demasiado tarde.

Por: Juan Pablo Díaz (Siquíatra)

8 comentarios:

Caliz dijo...

Entender no impide temer


La condición humana pareciera estar determinada por el miedo, emoción indispensable para sortear los obstáculos que nos afectan a diario.

El miedo nos acompaña desde el mismo momento del parto. Se dice que si supiéramos lo doloroso del trance de nacer, nos acomodaríamos en el útero materno para siempre. Y si no existiera el temor a la muerte, la continuidad de la especie se vería seriamente amenazada.

Ésta es la paradoja de nuestra condición humana, vivir desafiando el temor a la vida y la muerte.

El miedo es una herramienta muy adecuada para enfrentar el peligro, pero puede transformarse en un freno que nos impide avanzar, llegando en ocasiones a paralizarnos.

La resistencia al cambio es la resultante de la suma de dos temores, potenciados mutuamente. Por un lado, el temor a perder lo conocido, aquello que nos brinda seguridad y, por el otro, la amenaza que implica lo desconocido, aquello donde carecemos de experiencia.

La vida nos obliga constantemente a definirnos y optar, entre evitar los sobresaltos que implican los cambios o atrevernos a enfrentar la incertidumbre de lo desconocido.

Las estrategias para vencer la resistencia al cambio, son múltiples, comenzando con la búsqueda interminable de elementos y argumentos que nos garanticen el resultado deseado. Analizar todas las alternativas imaginables e inimaginables, anticiparse a las posibles frustraciones, poniéndose el parche antes de la herida, para disminuir el dolor, ensayar distintas prácticas, estudiar encuestas y pronósticos, postergar la opción hasta el último minuto y también, por qué no decirlo, dejar de intentarlo, dándonos por vencido, antes de tiempo. Todas estas estrategias, tienen en común, el querer conocer el resultado antes de jugar la partida.

Para aquellos que confían a ojos cerrados en la razón, como la única manera de resolver su incertidumbre, permítanme desilusionarlos. La razón es importante para enfrentar una opción, pero también se equivoca.

Quiero darles un consejo. La próxima vez que enfrenten una duda, no se compliquen tanto. Confíen en la INTUICIÓN, a mí nunca me ha fallado. Palabra de hombre.

Por: Juan Pablo Díaz (Siquíatra)

Caliz dijo...

La fuerza de la costumbre

Hombres y mujeres somos seres de costumbres, con todos los beneficios y costos que ello implica.

Un hábito se define como un automatismo adquirido, que se consigue mediante la recursividad de la conducta y que facilita la ejecución de ciertos actos. Los hábitos y las costumbres son indispensables para enfrentar las situaciones cotidianas. Ellos economizan energía, pero también disponen de una energía propia, comúnmente llamada “la fuerza de la costumbre”, equivalente a un círculo virtuoso, que les permite sostenerse y perpetuarse en el tiempo.

Cualquier persona que pretenda habitar este mundo de tantas exigencias, debe poseer un amplio repertorio de hábitos si desea ser eficiente y no quedar extenuado por el esfuerzo.

Las habilidades cotidianas se van construyendo mediante la repetición de conductas, hasta lograr convertirse en un oficio, profesión, arte o maestría.

Todas las relaciones interpersonales se sustentan en la existencia de hábitos. ¿Cómo se explica un pololeo, sino, como el hábito de relacionarse de manera preferencial, exclusiva y recurrente, de una pareja, hasta lograr proyectarse en una relación perdurable? Lo mismo sucede en los matrimonios, amistades o sociedades comerciales.

Cuando establecemos una relación afectiva duradera o una maestría en alguna disciplina, el sentimiento que subyace al hábito es la confianza.

Nunca entendí esa frase que nos repetían cuando niño, advirtiéndonos: “En la confianza está el peligro”. Para mí, la confianza siempre fue buena y sigue siéndolo, pero ahora puedo entender que la confianza incluye una sensación de comodidad que puede ser muy peligrosa.

Acomodarse a una situación es muy placentero y por esa misma razón, intentamos preservarla a cualquier precio. Para ello, cultivamos la estabilidad, permanecemos inmóviles o negamos la existencia de otras posibilidades, dejándonos llevar por la fuerza de la costumbre.

Cuando usted se sienta completamente acomodado en alguna situación o en una relación afectiva y nada de ella le perturbe, comience a preocuparse, porque la comodidad mantenida en el tiempo, pierde toda su poesía, anula la creatividad y puede convertirse en un gran aburrimiento. Evítelo a toda costa.

Por: Juan Pablo Díaz (Siquíatra)

Cáliz dijo...

Ni tanto ni tan poco

Muchas personas se quejan de sus parejas, porque no satisfacen sus necesidades amorosas y yo me pregunto: ¿Existe alguien; mujer, marido, pareja, amigo, madre, padre, ser humano cualquiera que pueda satisfacer “todas” las necesidades afectivas de otro? Pretenderlo es un anhelo infantil que muchos adultos conservan a lo largo de sus vidas, generando inmensos conflictos en sus relaciones. Entonces, ¿cuál es el límite de satisfacción aceptable, para mantener una sana convivencia de pareja? Estoy seguro que cada cual tiene su propia vara, para medirlo.

Algunas personas poseen exigencias increíbles, donde “todo” es el mínimo aceptable y si no es todo, de “nada” sirve. Otros se conforman con “algo”, pero viven añorando lo que les falta para alcanzarlo “todo”. Se trata de personas críticas, hiperexigentes y disconformes con lo que poseen. Por último existen algunos resignados, que se conforman con “lo que hay”. Total, ¿que le vamos a hacer? “Peor es nada”.

Las expectativas personales se desarrollan desde muy temprano en la vida relacional del niño, de acuerdo con ciertos arquetipos culturales y modelos familiares, determinando los estándares mínimos bajo los cuales nadie se quisiera ubicar.

La satisfacción es un sentimiento dinámico que oscila en el rango de mucho, poquito o nada, y ahí nos ubicamos todos los que anhelamos vivir felizmente en pareja.

Una relación de pareja sana se sostiene en un equilibrio dinámico entre lo que se entrega y lo que se recibe. No es dable imaginar una relación perdurable donde no exista una transacción razonablemente equilibrada.

La madurez de una pareja se mide en su tolerancia a la insatisfacción, algo que inevitablemente ocurre en el devenir de una relación. Esa misma madurez será la encargada de fijar el límite exacto que puede soportar una pareja, sin destruirse.

En cuestión de límites, nadie ha dicho la última palabra, pero desde mi propia experiencia pienso que cada pareja conoce los límites exactos de su tolerancia a la insatisfacción. “Ni tanto para quemarse ni tan poco para congelarse”, sólo lo justo y necesario.

Por: Juan Pablo Díaz (Siquiatra)

Cáliz del Grial dijo...

El gozo, cosa de adultos

Algunas circunstancias humanas exigen una respuesta inmediata, casi automática. Los ritmos biológicos, no permiten tregua ni latencia, basta apreciar la maestría con que una guagua consigue satisfacer sus necesidades primarias, al instante.

Una señal de madurez en un adulto, es su capacidad de postergar la satisfacción de sus necesidades, aumentando la tolerancia a la frustración y ampliando su rango de resistencia.

En el terreno emocional, la madurez nos permite integrar adecuadamente los afectos propios y relacionarnos efectivamente con los demás.

Una pareja, no requiere permanecer constantemente junto al otro para quererse y la ansiedad normal frente a un acontecimiento esperado, puede soportarse sin desesperarse, así como los beneficios de enfrentar el miedo, en vez de evitarlo, son evidentes. Y una pérdida afectiva, se resiste, sin morirnos de pena.

En torno al gozo, la cosa es más delicada. La mayoría de las conductas ligadas al placer, se acompañan de una alta cuota de urgencia y un anhelo de saciedad inmediata.

Desde niños se nos enseña a distinguir el hambre del apetito. Los apetitos, pertenecen a un ámbito peligroso y privado, que se habla en voz baja. Vencer el hambre, generalmente no constituye un problema, ya que se resuelve con elementos de baja selectividad, mientras que un apetito puede adquirir tal magnitud e intensidad, pudiendo convertirse en un impulso irresistible, generalmente sancionado.

Imagínese el sufrimiento de una persona adicta, privada de la posibilidad de saciar su apetito insaciable o la pasión de un enamorado ante la respuesta de su amada o la urgencia de un individuo erotizado, buscando a su pareja.

Peligroso o no, el gozo es inherente a la especie y un recurso indispensable para el sano desarrollo de la vida. Algo imposible de renunciar. Todo ser adulto conoce o debiera conocer los costos que incluye el gozo, directamente ligado a la intensidad del deseo.

Para asumirlo adecuadamente, deberíamos saber distribuir proporcionalmente una cuota precisa de rigor, tenacidad, constancia, placer y gozo, para cada situación de la vida.

Por: Juan Pablo Díaz (Siquiatra)

Cáliz del Grial dijo...

¿Total, qué importa?

En la especie humana, la individualidad y la diversidad son valores fundamentales y cada uno se ubica dentro de un amplio rango, donde en un extremo están aquellos a los que casi nada les importa, y en el otro, aquellos que hasta lo más mínimo les afecta. El estilo personal es algo natural, congénito y legítimo, sólo modificable mediante grandes esfuerzos y sutiles cambios.

Los problemas surgen dentro de la convivencia, cuando cada uno aporta su “particular” estilo o manera de ser.

Para las personas “muy sensibles”, como podrían catalogarse un extremo de la especie, las personas del otro extremo son desconsideradas, insensibles, egoístas, ciegas, incluso despreciables, mientras en el extremo opuesto, para los “relajados”, que disfrutan con lo poco o mucho que tienen, no entienden las expectativas, distinciones, apreciaciones, rollos o complicaciones de los tan “sensibles”.

En este rango cabemos todos. ¿Dónde se ubica usted? Una manera sencilla de averiguarlo es observar las veces que su pareja utiliza la frase: “Total, qué importa”. Ella o él son del tipo “relajado” o descubra cuál de ustedes reclama sistemáticamente de las “fallas o errores” del otro.

Ejemplos sobran. ¿Por qué llegas tan tarde, a qué hora crees que comemos, pero cuánto cuesta eso, es tan caro, cómo no avisas, tú no piensas en los demás, a quién se le ocurre? Es el colmo tu insensibilidad. La queja es siempre la misma, yo soy sensible y tú no. Grave error.

Las sensibilidades son siempre diferentes y lo que para algunos es “tan” importante, para el otro es todo lo contrario.

Para resolver el conflicto, comience por conocer a su pareja, tal cual es y no como “debiera ser”, según usted. Acepte las diferencias como algo inmutable y no intente cambiar a nadie. Por último, descubran juntos aquellos espacios donde las diferencias sean mínimas y disfrútenlas, sabiendo que existen espacios minados, donde hasta el más experto, se declara incompetente.

Total, ¿a quién le importa tener una grata y sana convivencia, si es tan difícil?

Por: Juan Pablo Díaz (Siquíatra)

Cáliz del Grial dijo...

¿Persistentes o audaces?

Que somos diferentes, no cabe duda. En eso consiste la individualidad.

Sin embargo los padres cometemos, muchas veces, el error de comparar a nuestros hijos entre ellos o incluso con nosotros mismos, faltando el respeto hacia un hijo y hacia cualquier persona, pues hay que aceptar sus características individuales y sólo compararlos ellos mismos. Esperar algo que no va con la manera de ser de él o ella, es un camino seguro a la frustración.

Una característica individual que distingue a muchas personas entre sí, es su manera de resolver los desafíos académicos o laborales a que se ven enfrentados.

En mi caso, provengo de una cultura donde el esfuerzo, la persistencia en el trabajo y el rigor del compromiso, eran valores absolutos y donde bastaba el cumplimiento estricto de ellos, para tener garantizado el éxito, el reconocimiento de los pares y la satisfacción de haberlo logrado por los propios méritos.

Los jóvenes de hoy, valoran la flexibilidad laboral, mucho más que la permanencia en una sola actividad y dado que la globalización ya es una realidad y los extremos del mundo se han fundido, desaprovechar las oportunidades, equivale a perderse la parte más importante de la vida.

Siempre existirán jóvenes esforzados y persistentes, que insisten años, hasta sacar adelante una carrera profesional a pesar de todas las dificultades, insistiendo en postgrados y especializaciones, a tal grado, que la sola idea de cambiar de rumbo, les parece inconcebible. En cambio otros, que cambian de carrera las veces que consideren necesario, sin medir los costos a corto plazo, y una vez titulados, guardan su diploma y se van a recorrer el mundo a experimentar nuevas oportunidades.

Algunos seguirán corriendo riesgos sin detenerse y otros acumularán certezas, reconocimiento y años de servicio, pero al final del camino, todos llegaremos al mismo punto, habiendo recorrido caminos diferentes. Lo importante es jugársela de acuerdo a la propia manera de ser y jamás traicionar el estilo personal.

Reconoce el tuyo y síguelo hasta el final.

Por: Juan Pablo Díaz (Siquíatra)

Cáliz del Grial dijo...

Triunfar no es fácil, pero posible

Frente a una ruptura matrimonial ajena, requerimos una explicación satisfactoria para nuestra legítima curiosidad y también como una manera de tranquilizarnos frente a la posibilidad de que nos ocurra algo similar.

Intentar resumir en una simple explicación las miles de circunstancias que llevaron a un fracaso, es imposible y jamás logra explicar tal decisión.

La vida en pareja está compuesta de incontables momentos. Comprimirlos o extraer uno solo, que represente a todos los demás, es un absurdo. Enjuiciar un fracaso, sólo a la luz del último conflicto que gatillara la ruptura, siempre resulta injusto.

A continuación enumero algunas condiciones indispensables, para lograr un relativo éxito en este difícil desafío.

Apertura: Pretender que uno o ambos renuncien a su condición individual es inaceptable. La relación debe enriquecerse en la originalidad de cada cual.

Creatividad: Condición indispensable para la supervivencia. Quién piense que una relación queda determinada al comienzo para siempre, está condenado al fracaso en corto tiempo.

Dinamismo: Se requiere una inmensa cuota de asombro y curiosidad, para descubrir quién es la pareja que nos acompaña, a cada momento, dado que ella cambia permanentemente.

Fecundidad: Tema fundamental que puede ser el mayor valor o también una severa dificultad.

Honestidad: Frente a los sentimientos propios y del otro. Sin ella, no hay relación.

Independencia: Es preferible correr el riesgo de perderse en la distancia a quedarse atrapado por el temor.

Lenguaje común: Crear un idioma en que ambos entiendan lo mismo al comunicarse es la primera regla de una relación.

Misterio: Demasiada familiaridad puede causar aburrimiento, el misterio le agrega suspenso a la relación y se agradece.

Olvido: Elemento fundamental en el amor de pareja. Permite sanar las heridas inevitables del trayecto, que de otro modo serían fatales.

Risa: Sin ella, la relación se vive en blanco y negro, reírse de uno mismo no le hace mal a nadie.

Valentía: El éxito en esta empresa está reservado para aquellos que invierten todo a riesgo de perderlo todo. ¿Se atreve?

Por: Juan Pablo Díaz (Siquíatra)

Caliz dijo...

Descubra la otra alternativa

Cuando elegimos algo, lo hacemos creyendo que existen sólo dos alternativas, pero no siempre es así.

No hace mucho, a propósito de una elección difícil, un amigo me dijo lo siguiente: Te falta considerar la tercera alternativa, antes de decidir. En ese momento me pareció algo de sentido común, del cual mi amigo goza en abundancia, pero debo reconocer que me sorprendió muchísimo. Desde ese día, ninguna elección me ha resultado fácil. Aprendí a darle una tercera vuelta, a cualquiera elección que tomo.

Si a esas tres alternativas que considera mi amigo, le agregamos el factor tiempo, como otra variable, habrá que considerar, si se toma la decisión ahora o después. Usted puede considerar mejor: “No dejar para mañana lo que se puede hacer hoy” o ser del tipo relajado y preferir este otro dicho: “No hagas hoy lo que puedes hacer mañana”.

La vida siempre nos está ofreciendo nuevas oportunidades en la mayoría de las cosas, salvo la muerte, brutal y arrogante, por eso mismo.

Estamos constantemente eligiendo y por lo tanto, acertando o equivocándonos, pero si consideramos la cantidad de opciones que tomamos a diario, obviamente son muchos más los aciertos que los errores, pero así y todo, en cada decisión pareciera que se nos fuera la vida y lo que es peor, muchas veces las evitamos, ante la sola sospecha de fracasar.

El otro día llamé a mi amigo, aquel de las tres alternativas, y me contó que estaba muy complicado con su actual pareja. Que se había enamorado de otra persona y creía tener la decisión ya tomada. ¿Con cuál te quedarás?, le pregunté. ¿Con la actual o con la nueva? Parece que se te olvidó lo que hablamos, de las tres alternativas, me respondió. No se me ocurre que otra cosa puedes hacer, le insistí. Me quedaré con ambas, me respondió, riéndose.

Independiente de sus preferencias, recuerde que la vida es generosa con quienes se atreven a elegir y si se equivoca, siempre tendrá la posibilidad de corregir. Anímese.

Por: Juan Pablo Díaz (Siquíatra)