Desapegados
El tiempo humano puede ser escaso como una milésima de segundo y amplio como una era astrológica de miles de años, pero la percepción individual del tiempo es bastante más discreta.
La mayoría de los procesos biológicos tienen un fin predecible y una duración perentoria. Un embarazo prolongado más allá de cuarenta semanas deberá interrumpirse para salvar a la guagua y al contrario, signos de parto anticipado deben detenerse hasta el término del embarazo. Pubertades precoces, adolescencias tardías o enfermedades crónicas se pagan demasiado caro.
La naturaleza fracciona el tiempo en lapsos exactos y recursivos: días, noches, invierno verano, amaneceres, solsticios. Todos regulados por ese reloj automático y certero llamado sol y aunque no tengamos ninguna participación seguimos pensando que controlamos todo.
En las relaciones interpersonales, las etapas pueden ser de duración variable. Algunas con finales programados y otras interrumpidas involuntariamente.
¿Cómo saber cuando una etapa ha finalizado y no seguir insistiendo majaderamente en continuarla?
Algunos indicadores de término son: el desgaste, el aburrimiento, la saturación o la inercia, pero a la inversa, la resistencia al cambio o el apego a todo aquello que consideramos indispensable y perdurable nos lleva a aferrarnos con dientes y uñas a todo lo que nos rodea. Nos apegamos a lo material, a los afectos, a los lugares conocidos, a las destrezas laborales, a la seguridad, al barrio, al auto, a ser como siempre hemos sido, a fin de cuentas a la vida entera.
Todo acto, situación o proceso humano lleva una fecha de duración impresa en alguna parte, como la fecha de vencimiento de un yogur, pero hay que saber descubrirla.
Yo les recomiendo que cada cierto tiempo nos detengamos a reflexionar acerca del grado de apego que hemos cultivado con todo aquello que nos importa. Espacios físicos, trabajo, prestigio, amores, dinero y para que seguir.
Alguien me decía el otro día que la felicidad sólo se logra cultivando el desapego y perdiéndole el miedo a la muerte. Aprendámoslo antes que se nos haga demasiado tarde.
Por: Juan Pablo Díaz (Siquíatra)
Hace 15 años